martes, 22 de diciembre de 2009
Chai tea latte por favor.
¿Sabes? Cuando estás con una persona hay cosas que inevitablemente se hacen suyas, acaban perteneciéndole y siempre que las mires, que las tengas, que pases por delante, te acordarás de ella. A mí me ocurre con un montón de sitios pero algunos resultan más especiales que otros. Y éste es uno de ellos.
Me he dado cuenta de que siempre lo asociaré contigo. Cuando estuve en Edimburgo desayuné dos días en él y siempre me acordé de ti. No tiene importancia ni trascendencia ninguna pero de alguna forma me hacía sonreír. Miraba a la chica sudamericana que me atendía y pensaba cómo trabajarías tú ahí. Ese inglés que tanto te cuesta y que por fin despegaría, lo haría en entre el humeante olor a café, la nata montada y los vasitos para llevar.
Cada vez que iba a verte y me preparabas los chocolates en taza o los moccas sin tapar para que pudiera comerme la nata en vez de removerla. Al final hasta Vero y los demás conocían mis manías y me lo preparaban igual. Me encantaba mirarte mientras trabajabas. Siempre tan eficiente, tan rápido, tan concentrado. Ni siquiera me veías cuando estaba a tres personas de ti en la cola. Y tenía razón Andrés, ese uniforme te sentaba súper bien. Sobre todo el polo rojo. Te favorecía con tu pelo moreno y en contraste con el delantal verde. Además, entonces el Starbucks estaba más acogedor si cabe con el frío de la calle, el calor de los cafés y las luces navideñas. Y sé que aunque mañana me atendieses en el Corte Inglés, al día siguiente no pasaría a considerarlo con un sitio especial. El Starbucks es diferente y me alegro que sea gracias a ti que me guste tomarme ahí mis cafés.
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